Jorge Luis Borges (1899-1985)

El sur

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El hombre que desembarcó[1] en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, el que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado[2] por indios de Catriel[3]; en la discordia de sus dos linajes[4], Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche[5] con el daguerrotipo[6] de un hombre inexpresivo y barbado[7], una vieja espada[8], la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro[9], los años, el desgano[10] y la soledad[11], fomentaron[12] ese criollismo[13] algo voluntario, pero nunca ostentoso[14]. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco[15] de una estancia[16] en el Sur, que fue de los Flores; una de las costumbres de su memoria era la imagen  de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí[17]. Las tareas y acaso la indolencia[18] lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura[19]. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció[20].

Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado[21] con las mínimas distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado[22] de las Mil y una Noches[23] de Weil[24]; ávido[25] de examinar ese hallazgo[26], no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente ¿un murciélago[27], un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista[28] de un batiente[29] recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le había hecho esa herida. Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada[30] estaba despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz[31]. La fiebre lo gastó y las ilustraciones de las las Mil y una Noches sirvieron para decorar pesadillas[32]. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno.  Ocho días pasaron, como ocho siglos. Una tarde, el médico habitual se presentó con un médico nuevo y lo condujeron a un sanatorio[33] de la calle Ecuador, porque era indispensable sacarle una radiografía. Dahlmann, en el coche de plaza que los llevó, pensó que en una habitación que no fuera la suya podría, al fin, dormir. Se sintió feliz y conversador; en cuanto llegó, lo desvistieron, le raparon[34] la cabeza, lo sujetaron[35] con metales a una camilla, lo iluminaron hasta la ceguera[36] y el vértigo[37], lo auscultaron[38] y un hombre enmascarado le clavó una aguja en el brazo. Se despertó con náuseas, vendado[39], en una celda que tenía algo de pozo[40] y, en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en el arrabal[41] del infierno. El hielo no dejaba en su boca el menor rastro de frescura. En esos días, Dahlmann minuciosamente se odió; odió su identidad, sus necesidades corporales, su humillación, la barba que le erizaba[42] la cara. Sufrió con estoicismo[43] las curaciones, que eran muy dolorosas, pero cuando el cirujano[44] le dijo que había estado a punto de morir de una septicemia[45], Dahlmann se echó a llorar, condolido[46] de su destino.  Las miserias físicas y la incesante previsión de las malas noches no le habían dejado pensar en algo tan abstracto como la muerte. Otro día, el cirujano le dijo que estaba reponiéndose y que muy pronto, podría ir a convalecer[47] a la estancia. Increíblemente, el día prometido llegó.

A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos[48]; Dahlmann había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución. La primera frescura del otoño, después de la opresión del verano, era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre. La ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido ese aire de casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes[49], las plazas como patios. Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de vértigo; unos segundos antes de que las registraran[50] sus ojos, recordaba las esquinas, las carteleras, las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz amarilla del nuevo día, todas las cosas regresaban a él.

Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia[51]. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entre en un mundo más antiguo y más firme..   Desde el coche buscaba entre la nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador, el arco de la puerta, el zaguán, el íntimo patio.

En el hall de la estación, advirtió que faltaban treinta minutos. Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen[52]) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa[53]. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado[54] en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje[55], que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.

A lo largo del penúltimo andén el tren esperaba. Dahlmann recorrió los vagones y dio con uno casi vacío. Acomodó en la red la valija[56]; cuando los coches arrancaron, la abrió y sacó, tras alguna vacilación, el primer tomo de las Mil y una Noches. Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.

A los lados del tren, la ciudad se desgarraba[57] en suburbios; esta visión y luego la de jardines y quintas[58] demoraron el principio de la lectura. La verdad es que Dahlmann leyó poco; la montaña de piedra imán[59] y el genio que ha jurado matar a su bienhechor[60] eran, quién lo niega, maravillosos, pero no mucho más que la mañana y que el hecho de ser. La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos[61]; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir.

El almuerzo (con el caldo servido en boles de metal reluciente, como en los ya remotos veraneos de la niñez) fue otro goce tranquilo y agradecido.

Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres. Vio casas de ladrillo sin revocar[62], esquinadas[63] y largas, infinitamente mirando pasar los trenes; vio jinetes[64] en los terrosos caminos: vio zanjas[65] y lagunas y haciendas; vio largas nubes luminosas que parecían de mármol, y todas estas cosas eran casuales, como sueños de la llanura. También creyó reconocer árboles y sembrados que no hubiera podido nombrar, porque su directo conocimiento de la campaña[66] era harto inferior a su conocimiento nostálgico y literario.

Alguna vez durmió  y en sus sueños estaba el ímpetu del tren. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer y no tardaría en ser rojo. También el coche era distinto; no era el que fue en Constitución, al dejar el andén; la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado. Afuera la móvil sombra del vagón se alargaba hacia el horizonte. No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos. Todo era vasto; pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado[67], a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur. De esa conjetura fantástica lo distrajo el inspector, que, al ver su boleto, le advirtió que el tren no lo dejaría en la estación de siempre, sino en otra, un poco anterior y apenas conocida por Dahlmann. (el hombre añadió una explicación que Dahlmann no trató de entender ni siquiera de oír, porque el mecanismo de los hechos no le importaba.)

El tren laboriosamente se detuvo, casi en medio del campo. Del otro lado de las vías quedaba la estación, que era poco más que un andén con un cobertizo[68]. Ningún vehículo tenían, pero el jefe opinó que tal vez pudiera conseguir uno en un comercio que le indicó a unas diez, doce, cuadras.

Dahlmann aceptó la caminata como una pequeña aventura. Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche. Menos para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann caminaba despacio, aspirando con grave felicidad el olor del trébol[69].

El almacén, alguna vez, había sido punzó[70], pero los años habían mitigado para su bien ese color violento. Algo en su pobre arquitectura le recordó un grabado en acero, acaso de una vieja edición de Pablo y Virginia[71]. Atados al palenque[72] había unos caballos. Dahlmann, adentro, creyó reconocer al patrón; luego comprendió que lo había engañado su parecido con uno de los empleados del sanatorio. El hombre, oído el caso, dijo que le haría atar la jardinera; para agregar otro hecho a aquel día y para llenar ese tiempo, Dahlmann resolvió comer en el almacén.

En una mesa comían y bebían ruidosamente unos muchachones, en los que Dahlmann, al principio, no se fijó. En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba[73], inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del tiempo, en una eternidad. Dahlmann registró con satisfacción la vincha[74], el poncho de bayeta[75], el largo chiripá[76] y la bota de potro[77] y se dijo, rememorando inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos, que gauchos de éstos ya no quedan más que en el Sur.

Dahlmann se acomodó junto a la ventana. La oscuridad fue quedándose con el campo, pero su olor y sus rumores aun le llegaban entre los barrotes[78] de hierro. El patrón le trajo sardinas y después carne asada; Dahlmann las empujó con unos vasos de vino tinto. Ocioso, paladeaba el áspero sabor y dejaba errar la mirada por el local, ya un poco soñolienta[79].  La lámpara de kerosén pendía de uno de los tirantes; los parroquianos[80] de la otra mesa eran tres: dos parecían peones de chacra[81]; otro, de rasgos achinados[82] y torpes[83], bebía con el chambergo[84] puesto. Dahlmann, de pronto, sintió un leve roce en la cara. Junto al vaso ordinario de vidrio turbio, sobre una de las rayas del mantel, había una bolita de miga[85]. Eso era todo, pero alguien se la había tirado.

Los de la otra mesa parecían ajenos a él. Dahlmann perplejo, decidió que nada había ocurrido y abrió el volumen de las Mil y Una Noches, como para tapar la realidad. Otra bolita lo alcanzó a los pocos minutos, y esta vez los peones se rieron. Dahlmann se dijo que no estaba asustado, pero que sería un disparate[86] que él, un convaleciente, se dejara arrastrar por desconocidos a una pelea confusa. Resolvió salir; ya estaba de pie cuando el patrón se le acercó y lo exhortó con voz alarmada:

--Señor Dahlmann, no les haga caso a esos mozos, que están medio alegres.

Dahlmann no se extrañó de que el otro, ahora lo conociera, pero sintió que estas palabras conciliadoras agravaban, de hecho, la situación. Antes, la provocación de los peones era a una cara accidental, casi a nadie; ahora iba contra él y contra su nombre y lo sabrían los vecinos. Dahlmann hizo a un lado al patrón, se enfrentó con los peones y les preguntó qué andaban buscando.

El compadrito de la cara achinada se paró, tambaleándose. A un paso de Juan Dahlmann, lo injurió a gritos, como si estuviera muy lejos. Jugaba a exagerar su borrachera y esa exageración era una ferocidad y una burla. Entre malas palabras y obscenidades, tiró al aire un largo cuchillo, lo siguió con los ojos, lo barajó, e invitó a Dahlmann a pelear. El patrón objetó con trémula voz que Dahlmann estaba desarmado. En ese puntito, algo imprevisible ocurrió.

Desde un rincón, el viejo gaucho extático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo) le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran. Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima[87] no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro. No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas, pensó.

--Vamos saliendo --dijo el otro.

Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral[88], que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.

Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.

 



[1] Desembarcar: Salir de un barco.

[2] Lanceado: Herido por lanza.

[3] Catriel: Provincia sureña argentina

[4] Linaje: En sentido amplio, conjunto de ascendientes o descendientes de una persona.

[5] Estuche: Caja o funda adecuada para guardar un objeto determinado o un juego de ellos: ‘El estuche de las gafas’.

[6] Daguerrotipo: Procedimiento fotográfico en que el negativo se obtenía sobre una plancha de cobre.  Ver también: http://www.ucm.es/info/multidoc/multidoc/revista/cuadern4/vigil.html

[7] Barbado: Con barbas.

[8] Espada: Arma de hoja larga, recta, aguda y cortante, con guarnición y empuñadura.

[9] Martín Fierro: Un poema épico de José Hernández sobre los gauchos.  Ver:  http://www.literatura.org/Fierro/mf1.html

[10] Desgano: Mala disposición de ánimo o falta de gana para hacer una cosa: ‘Hace lo que le digo, pero con desgana.

[11] Soledad: Circunstancia de estar solo.

[12] Fomentar: Aumentar la actividad o intensidad de una cosa: ‘Fomentar las discordias’.

[13] Criollismo: Tendencia a exaltar lo criollo.

[14] Ostentoso: Se aplica a las cosas con que se trata de aparentar riqueza o poder: ‘Un coche ostentoso. Una fiesta ostentosa’

[15] Casco:  En este caso la estancia sola, sin muebles, ,herramientas, ganado,  etc

[16] Estancia: Finca de campo, especialmente la dedicada a la ganadería.

[17] Carmesí: Tela de seda roja o polvos de ese color.

[18] Indolencia: Se aplica a la persona que no se afecta o conmueve; perezoso.

[19] Llanura: Gran extensión de terreno llano, que puede llegar en su importancia desde ser abarcable toda ella con la vista hasta constituir un elemento geográfico de configuración general horizontal pero surcado en algún punto por montañas..

[20] Acontecer: Producirse un hecho espontáneamente.

[21] Despiadado: Capaz de hacer daño a otros seres o de verles sufrir sin sentir compasión.

[22] Descabalado: Incompleto.

[23] Mil y una noches: Una colección oriental de cuentos. (El eje conductor de estos cuentos preñados                        de ingenio y magia es la historia del sultán Shahariyar, que un día sorprendió a su esposa en brazos de otro hombre. Su venganza no se deja esperar y su honor es lavado con la sangre de su cónyuge. A partir de entonces, el sultán toma una esposa cada noche, y al amanecer la ejecuta, para así asegurar su fidelidad. Dandán, su gran visir, tiene una hija, Scheherezada, que mantiene convenientemente oculta. Pero a fin de terminar con la funesta práctica del sultán, Scheherezada se presenta ante el soberano y lo seduce. Contraen matrimonio, pero en el transcurso de la noche; en la espera del fatal amanecer, Scheherezada comienza a contarle un cuento a su flamante marido, que interrumpe en el momento más interesante, justamente cuando el sol aparece en el horizonte. Scheherezada anuncia que terminará la historia en la noche, sólo pare repetir la misma estrategia una y otra vez; mil veces más, salvando la vida de esta forma.-- Carlos Reyes Sahagún) Ver: http://westwood.fortunecity.com/isaac/588/libros/milyuna/1001indi.htm

[24] Weil editó una edición de Mil y una noches en inglés (The Thousand and One Nights).

[25] Ávido: Se aplica al que desea algo con gran intensidad o violencia.

[26] Hallazgo: Cosa encontrada.

[27] Murciélago: Nombre vulgar de varias especies de mamíferos del orden de los quirópteros, que tienen tendida entre los dedos de las extremidades, que son larguísimos, las extremidades posteriores y la cola, unas membranas que hacen de alas; vuelan de noche.

[28] Arista: Intersección de dos planos en cualquier estructura.

[29] Batiente: Lado del marco de una puerta o ventana sobre el que pegan las portezuelas al cerrarse.

[30] Madrugada: «Amanecer». Primeras horas de la mañana.

[31] Atroz: Cruel o inhumano.

[32] Pesadilla: Ensueño angustioso, que causa padecimiento o terror.

[33] Sanatorio: Establecimiento convenientemente dispuesto para la estancia de enfermos que necesitan someterse a tratamientos médicos, quirúrgicos o climatológicos. (Clínica, leprosería, manicomio, nosocomio, sifilicomio).

[34] Rapar: Cortar el pelo al rape.  AL RAPE (aplicado a la manera de cortar el pelo o las uñas). De manera que lo que se deja no sobresalga nada.

[35] Sujetar: Tener algo o a alguien de modo que no se mueva o escape.

[36] Ceguera: Estado de ciego.

[37] Vértigo: Sensación de pérdida del equilibrio o de falta de base de sustentación, o bien de que gira el propio sujeto o las cosas que le rodean, que se padece, por ejemplo, al encontrarse a gran altura o asomarse a un precipicio, o después de dar vueltas.

[38] Auscultar: Escuchar los sonidos que se producen en alguna parte del organismo, particularmente en las cavidades; por ejemplo, en el aparato respiratorio o en el corazón.

[39] Vendar: Aplicar una venda o vendaje a una herida, etc.

[40] Pozo: Hoyo profundo en la tierra.

[41] Arrabal: Barrio en las afueras de una población.

[42] Erizarse: Ponerse el pelo o vello erizado o ponerse alguien con ellos erizados, como ocurre a veces por miedo o por frío.

[43] Estoicismo: Entereza o conformidad ante la desgracia o el dolor.

[44] Cirujano: «Operador». Se aplica al médico que se dedica a la cirugía.

[45] Septicemia: Infección general grave del organismo, producida por la invasión de la sangre por gran cantidad de gérmenes procedentes de una supuración.

[46] Condolerse: Lamentar, sentir.

[47] Convalecer: Estar recuperando las fuerzas perdidas en una enfermedad, después de curada ésta.

[48] Anacronismo: Cualidad de anacrónico.  Anacrónico: En desacuerdo con la época presente o con la época de que se trata, o que no corresponde a la época en que se sitúa o a que se atribuye: ‘Las chimeneas de leña son anacrónicas. Los trajes que llevan los actores en esa obra son anacrónicos’.

[49] Zaguán: Portal. Vestíbulo. Pieza en las casas inmediata a la puerta de la calle.

[50] Registrar: Dejar impresa o grabada una cosa en un disco, cinta magnetofónica u objeto semejante.

[51] Rivadavia: Esta alusión se refiere irónicamente a dos hechos histórico-geográficos argentinos.  Primero, como la mayoría de las ciudades argentinas, Buenos Aires creció a la vera de los rieles del tranvía y como consecuencia muchos de barrios se formaron merced a los servicios de tranvía.  Aunque en 1962 se eliminaron la mayor parte de estos tranvías, son innumerables los recuerdos y anécdotas que perduran.  La avenida Rivadavia representa uno de los sectores más antiguos de Buenos Aires, un sector que en “ese entonces” estaba ubicado hacia el sur del centro de Buenos Aires o el “corazón porteño”.  Todavía hoy en día existe una Línea de Tranvías Históricos que pasa por esta calle.  Segundo, la referencia a Rivadavia puede señalar al hecho de que, en términos de divisiones geográficas, la ciudad de Comodoro Rivadavia, siendo la cabecera del departamento Escalante, en la Provincia del Chubut, Argentina, representa el corazón del “verdadero sur” de Argentina.  Ver mapa a continuación:

[52] Yrigoyen:  Hipólito Yrigoyen fue el presidente de Argentina entre los años 1916 y 1922 y luego entre los años 1928 y 1929.  Durante su segunda presidencia, hubo un atentado contra su vida al salir de su casa para ir a la Casa de Gobierno.

[53] Desdeñoso: Se aplica al que muestra desdén en cierta ocasión o es inclinado a mostrarlo.  Desdén: Actitud de alguien hacia una persona o una cosa, considerándolas y tratándolas como indignas de su atención.

[54] Vedado: Se aplica al lugar acotado o en que no se permite entrar.

[55] Pelaje: Pelo de un animal.

[56] Valija: Maleta.  Bolsa de cuero en que se transporta la correspondencia.

[57] Desgarrarse: Forma espontánea de partir.

[58] Quinta: Finca de utilidad y recreo en el campo, cuyos colonos pagaban como renta la quinta parte de los frutos.

[59] Imán: Pieza de hierro magnético.

[60] Bienhechor: Con respecto a alguien, persona que le protege o le ayuda en la vida.

[61] Superfluo: Innecesario, inútil, o sobrante por innecesario.

[62] Revocar: Enlucir o pintar de nuevo la pared exterior de un edificio

[63] Esquinado: Se aplica a lo que forma esquina.

[64] Jinete: Hombre que va a caballo.

[65] Zanja: Excavación larga y estrecha; como las que se hacen, por ejemplo, para colocar los cimientos, para enterrar las canalizaciones, para plantar árboles o para sepultura.

[66] Compaña: «Campiña». Campo no montañoso.

[67] Desaforado: «Desatentado. Desenfrenado». Se aplica al que obra sin sujetarse a la ley o sin ninguna clase de consideraciones.

[68] Cobertizo: Techo sobre pilastras, o cualquier clase de soporte, adosado o no a un muro, destinado a proteger de la lluvia, dar sombra, etc.

[69] Trébol: Planta herbácea anual que en España se cría espontánea y también se cultiva para forraje; tiene las hojas pecioladas de tres en tres y, excepcionalmente, en algunos grupos hay cuatro; estos grupos, «trébol de cuatro hojas», se consideran portadores de buena suerte. Forma parte del folklore español la acción de ir a «buscar» o «coger el trébol» en ciertas madrugadas, como, por ejemplo, en la mañana de San Juan.

[70] Punzó: Color rojo vivo.

[71] Pablo y Virginia: Es una novela de Bernardino de Saint-Pierre en la cual se cuenta la historia de amor entre dos jóvenes mauricianos destinados a separarse. Virginia intenta regresar a la isla, pero su barco naufraga en los arrecifes de la Iisla d´Amare. Pablo ve cómo muere su amada y más tarde lo hará él de dolor y de pena.

[72] Palenque: Estacada o valla de madera con que se cierra un terreno para defenderlo o con cualquier otro fin.

[73] Acurrucarse: Ponerse doblado y encogido, ocupando el menos espacio posible, para esconderse, para librarse del frío, etc.

[74] Vincha: Cinta o pañuelo con que se ciñe la cabeza para sujetar el pelo.

[75] Bayeta: Nombre de distintas telas de lana, bastas y con algo de pelo, como la negra que se pone sobre los túmulos, la de que se hacen frecuentemente faldas de camilla o una que se deja en color crudo. El tejido semejante a éstos se llama ahora más generalmente «pañete».

[76] Chiripá: Chamal de los indios cuando lo llevan vuelto hacia delante por entre las piernas, a modo de pantalón.

[77] Potro: Caballo joven, que muda los dientes, que suele ser a los cuatro años y medio.

[78] Barrote: Barra con que se asegura cerrada una puerta o ventana o la tapa de alguna cosa.

[79] Soñoliento: Con ganas de dormir.

[80] Parroquiano: «Cliente». Con respecto a una tienda o establecimiento, el que compra en él o utiliza sus servicios.

[81] Chacra: Alquería o granja.

[82] Achinar: Acochinar: Intimidar.

[83] Torpe: Feo o tosco; falto de belleza o gracia. Canallesco o vil.

[84] Chambergo: Cualquier sombrero.

[85] Miga: Trocito de pan, como los que se sueltan espontáneamente al manejarlo.

[86] Disparate: Cosa absurda, falsa, increíble o sin sentido que se dice por equivocación, ignorancia, trastorno de la mente, etc.

[87] Esgrima: Arte de manejar la espada o el sable para combatir.

[88] Umbral: Pieza, empotrada o no, o escalón, que forma la parte inferior de una puerta.